El sonido de la

Semana Santa

El sonido de la Semana Santa

Abr 16, 2022

¿Cuál es, para ti, el sonido de la Semana Santa? Esa es la premisa de este artículo que comparto, y que se ha publicado en el último Boletín de la Hermandad de Montserrat. Seguro que, junto con las imágenes y los aromas, son muchos los sonidos que han vuelto a emocionarte después de dos años de ausencia.
La Semana Santa de este año me ha regalado un nuevo momento cargado de emoción, de sobrecogimiento, que también se guarda ya en mi memoria sonora: la experiencia de ver pasar a los nazarenos y las imágenes de la Hermandad de Montserrat, dentro de la Catedral de Sevilla, acompañados únicamente por la voz de Mª Ángeles, mi mujer, leyendo el pasaje de la Conversión del Buen Ladrón. Silencio, Sonido, Pasión.
Ahí quedó.

El sonido de la Semana Santa

 

El sonido es un sentido que, como también la pasa al olfato, está muy conectado con nuestras emociones. Todo lo que oímos se registra en el hipocampo y la amígdala, dos áreas de nuestro cerebro íntimamente relacionadas con la memoria y las emociones. Por esta relación tan maravillosa, por la capacidad evocadora, narrativa y conmovedora que tiene el sonido, y por mi propia deformación profesional como músico y diseñador sonoro, te invito a explorar cuál es, para ti, el sonido de la Semana Santa.

Del mismo modo que la Semana Santa tiene una serie de aromas propios (el incienso que van quemando los acólitos, la cera de los cirios de los nazarenos y la candelería de los pasos, e incluso el propio azahar de los naranjos en flor, que cada año se nos adelanta un poco con este cambio climático), también tiene unos sonidos que la hacen inconfundible.

No me refiero (advertencia para el lector) a la música que acompaña a las procesiones en su estación de penitencia. Al menos no desde un punto de vista estrictamente musical (esto requeriría de un artículo solo para ella), sino como sonido en sí. Es quizás el más notable, el más evidente, el que más directamente nos evoca a la Semana Santa: es el sonido que guía a los propios costaleros, infundiendo a cada cuadrilla, a cada paso de cada Hermandad, una forma de caminar particular, que también es única en nuestra Semana Santa.

Junto con el de la música, hay otros sonidos que tenemos ya en nuestra memoria cultural (y emocional) y que nos hacen sentir y vivir cada momento de la Semana Grande con más intensidad. Seguro que estarás ya recordando (y oyendo en tu cabeza) muchos de ellos, porque cada uno tenemos nuestra particular memoria sonora de cada momento vivido: el golpe claro y determinante del llamador, que prepara a los costaleros para cada levantá, y que a la vez me hace aguardar con atención ese momento; dejo de hablar con quien tengo cerca y escucho al capataz llamando al patero trasero izquierdo, animando a la cuadrilla o dedicando la levantá a algún hermano o hermana que, por algún motivo, este año no acompaña a la cofradía en su estación de penitencia. O el sonido cristalino y tintineante de las bambalinas de los pasos de palio, chocando con los varales, al compás del arrastrar racheado de las alpargatas de los costaleros, otro sonido que siempre me ha impresionado por la humildad y la humanidad que desprende.

La Semana Santa tampoco sería la misma sin otro tipo de sonidos: el de la gente. Me refiero por ejemplo al de la “bulla”: ese cruzar indeterminado e ininteligible de voces y palabras, ese ruido del caminar de personas por el centro de la ciudad, que se llena si cabe más de vida. O a ese vendedor que vocea “¡El programa!¡El programa de la Semana Santa de Sevilla!”. O, por supuesto, a la retahíla continua de ese “¿me das cera?, ¿tienes una estampita?” de los niños que matan así el tiempo mientras esperan a que llegue el paso de Cristo o de Virgen, sin ser conscientes de que ellos son también parte esencial de esta Semana Santa que estamos recreando a través de sus sonidos.

Voces, murmullos, gritos, llantos, risas, que en un contraste que siempre sobrecoge, dan lugar al silencio. Un primer silencio es el que antes mencionaba, ese “mandar a callar” del llamador para poder escuchar esa levantá, que también tiene su sonido: el crujir de la madera de la canastilla, el cimbrear de las jarras, los cirios y los candelabros y, sobre todo, ese quejido sordo y apagado de los costaleros que nos llega a través de los respiraderos, cuando la trabajadera cae sobre el costal. Otras veces, es una única voz la que provoca ese silencio: una saeta que, desde un balcón o a pie de paso, lanza una plegaria al Cristo o a la Virgen. Es sin duda otro de los sonidos únicos de la Semana Santa, y uno de los que de manera más visceral se guarda en nuestra memoria, con nuestras emociones, porque representa la expresión de dolor, de pasión, a través del sonido más humano, el de la voz.

Pero sin duda, al menos para mí, el silencio más sobrecogedor, el que más se me agarra por dentro, es ese silencio que se va generando poco a poco, como una bruma que avanza entre la bulla que aguarda, cuando se acerca el paso de una Hermandad de silencio. Este es un sonido que siempre me lleva a tantos momentos mágicos de la Semana Santa, donde la noche da más intimidad a un instante de respeto, de devoción y de encuentro con la imagen de Cristo, y con todo lo que esa imagen representa para cada uno de nosotros.

Dejo para el final el que quizás es el sonido más personal, más único: es el sonido del nazareno, el que se vive cuando uno hace estación de penitencia. Junto con el anonimato que nos da, el antifaz también nos hace oír y escuchar de forma diferente. Oír, porque cubre nuestras cabezas, y el sonido llega a nuestros oídos más apagado, más amortiguado, más distante. Escuchar, porque el silencio que también implica acompañar a la procesión nos ayuda a prestar atención a la voz que encuentra ese momento para una conversación especial, para una conversación única que, como nazareno, forma parte del sonido de la Semana Santa.

Francisco Cuadrado

(Publicado originalmente la Sección «La Semana Santa desde el margen» del nº 16 del Boletín de la Hermandad de Montserrat. Abril, 2022)

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