Diseño sonoro: ¿música, sonido, ambas?
Hace unos días, en una reunión con varios compositores, surgió un debate: ¿es el diseño sonoro parte de la música o es simplemente sonido? Algunos lo asocian al trabajo técnico de sonido, mientras que otros lo ven como una expresión artística conectada a la música, y que se relaciona de manera más directa con el trabajo del compositor. De hecho, en muchas ocasiones, sobre todo en el ámbito de las artes escénicas o en el sector de los videojuegos, música y diseño sonoro son creados por la misma persona.
¿Qué hay sobre los antecedentes a esta fusión?
De una parte, la musical, corrientes como la música concreta y electroacústica ya exploraban la fusión entre sonido y música. Una vez superada la dependencia de la tonalidad como eje central de la composición y abierto el campo a la exploración tímbrica, surgieron multitud de músicos que incorporaron a sus composiciones elementos sonoros que a priori podríamos considerar «no musicales», o incluso crearon obras construidas únicamente a partir de estos sonidos. Pierre Schaeffer, el padre de la «música concreta», es quizás la figura más representativa de esta corriente.
Por otro lado, el cine, a partir de un determinado momento, empieza a considerar la figura del diseñador de sonido, como un profesional que diseña y concibe la dimensión sonora de una película (normalmente dejando al margen la música, que es terreno exclusivo del compositor), y desarrollando todas las posibilidades narrativas y estéticas a través del sonido: diálogos, efectos sonoros, ambientes. Hay un punto de inflexión en la industria para la definitiva consideración de este profesional, y fue con el largometraje Apocalypse Now, el primero en contar con un «crédito» asignado al Diseño de sonido, para Walter Murch, quien realizó un trabajo impresionante en este campo.
La frontera entre música y sonido
Durante décadas, ambas contribuciones (música incidental y diseño de sonido) se han mantenido relativamente diferenciadas, al menos en el cine. Sin embargo, estamos actualmente asistiendo a una evolución en la concepción de la banda sonora musical de muchas películas: es la llamada «música textural», en la que esta línea se diluye. Películas como Joker (con banda sonora de Hildur Guðnadóttir) y Oppenheimer (Ludwig Göransson), son muestras de esta nueva tendencia, donde música y sonido se entrelazan para crear una experiencia inmersiva.
Bajo mi punto de vista, y son muchos años ya los que llevo en esta profesión, creando tanto la música como el diseño sonoro de muchos proyectos escénicos, cinematográficos y multimedia, quizás la clave está en la codificación que damos a música y sonido, y lo que pretendemos que cada uno aporte a la historia y a la experiencia del espectador.
Normalmente el sonido suele estar más «codificado». Los diálogos, los efectos de sonido, los ambientes… en muchos casos tienen una primera función que podríamos denominar «informativa», que está altamente codificada: el lenguaje de los diálogos, la relación causa-efecto de los efectos de sonido, que viene marcada por las expectativas del espectador (si veo alguien caminando, espero oír sus pasos) e incluso el sonido ambiente que nos ayuda a contextualizar histórica o geográficamente una escena. Por otro lado, la música, en la mayoría de los casos, tiene una función más relacionada con la generación de emociones en el espectador, y también con el refuerzo o complemento de muchos aspectos estéticos y técnicos de la narración audiovisual: modificar el ritmo de una escena, generar distintas emociones en el espectador, contribuir a meternos en la mente de un determinado personaje, etc.
Sin embargo, en muchas ocasiones, estas funciones se intercambian, o al menos no están tan delimitadas. La propia entonación de los diálogos (la prosodia), la elección de qué sonidos se oyen, a qué volumen, en qué momento destacamos unos sobre otros o incluso qué capas de sonidos utilizamos para «caracterizar» sonoramente un ambiente, tienen una clara influencia en la percepción que el espectador tiene del relato. En muchos de mis trabajos, en los que he tenido la suerte de crear tanto la música como el diseño sonoro, música y sonido se entrelazan. Por ejemplo en «Forzados«, una creación inmersiva para el museo de la Minería de Almadén, la entonación y el tratamiento sonoro que dimos a la voz narradora, junto con los efectos de sonido, jugaban un papel casi tan importante como la música para generar en el visitante esa sensación de claustrofobia y desasosiego que sufrían los mineros. Aquí tienes el vídeo de esa instalación para que puedas comprobarlo.
En «90 varas», una creación audiovisual para la exposición de fotografías de Susana Girón, selecciones las frases de los protagonistas que mejor podían transmitir el mensaje que buscábamos, sobre todo teniendo en cuenta su entonación. Los efectos de sonido establecían el tono general de la narración, y potenciaban la dureza de las imágenes, transmitiendo al espectador las sensaciones que los pastores trashumantes vivían en su trabajo. La música, en este caso, se alió con las imágenes para proporcionar un determinado ritmo a la narración construida a partir de fotografías, o para potenciar la emoción que el diseño sonoro generaban. Aquí tienes el audiovisual completo:
Bueno, esta conversación entre compositores me ha servido para apuntar solo algunos de los aspectos de este tema, que seguro que va a dar para algunos posts más. Más allá de etiquetas, lo importante es cómo música y sonido generan impacto emocional en una historia. Las herramientas evolucionan, pero su objetivo sigue siendo el mismo: potenciar la narrativa audiovisual.
¿Y tú, qué opinas de todo esto? Te leo en los comentarios
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